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Dejar que llueva
que se destiña la nostalgia,
que se hagan confidentes los paraguas
al rozar de sus perfiles,
que el olor a pasto mojado
me rebalse el alma,
que la tierra húmeda me invite a
garabatearle huellas
y que las raíces,
frágiles
se abracen bajo la tierra.
Dejar que llueva
aunque se multipliquen las horas,
declararles la guerra con
chocolate caliente
o darle tregua con
un simple té.
Esperar el húmedo anochecer.
Detener el reloj de arena.
Jugar a la escondida con tu sombra
y dejarme vencer.
Dejar que llueva
para templarte el alma y
tener que desnudarte,
desafiar el viento con el trópico de los cuerpos
y ese frío de la lluvia,
por calor.
Dejar que las pestañas se mojen, hasta
caerse los párpados,
calcular la frecuencia de las gotas
y amarnos a su ritmo.
Dejar que llueva
que se sumen más charcos, allí
afuera
aquí
nosotros
nos estamos secando.